De cómo logré mi admisión en el PSUV


Anécdotas mentirosas de una mujer imposible: inteligente y chavista

Es una autobiografía basada en hechos no tan reales

Quiero iniciar contando que ser una chavista pasa primero por realizar un curso intensivo para que puedas ser admitido en las filas del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), mis padres al ver  que la Revolución Bolivariana había llegado para quedarse, con miedo tomaron una decisión muy firme: TODOS en esta familia debemos ser chavistas. Mi padre abandonó al partido Acción Democrática, mi mamá tuvo que dejar de tocar cacerolas en la ventana del edificio y, la decisión que marcó la vida familiar: mandaron a mi hermano mayor a estudiar medicina en la Universidad Latinoamericana de Ciencias Médicas en la Habana - Cuba. 

A partir del viaje de mi hermano, mi mamá empezó a sufrir de una enfermedad muy común en las madres venezolanas: “hijitis tipo I”, esto te ocasiona unas ganas indomables de tener a tu hijo cerca, este síndrome sólo se padece cuando el hijo es varón. Mientras que, al tener una hija hembra, se puede desarrollar otra patología llamada “decepción” que, se produce por el gran vacío de tener un hijo sin nepe (órgano sexual masculino), por lo que la madre que lo sufre descarga emociones de decepción en la hija hembra a través del adiestramiento continuo y sistemático para que sea al menos una buena cachifa (mujer que realiza oficios domésticos). Mi mamá sufría de ambas, y como habían enviado a mi hermano a Cuba, ella necesitaba ir a ver que seguía vivo en persona, así que, mi papá aprovechó para enviarme con ella para que a mis 6 años el Partido Comunista (PC) de Cuba iniciara mi adiestramiento político-ideológico.

Realmente aquello era de mucho provecho, entrar a esa edad dentro de aquel círculo me garantizaba en el futuro ser ministra o al menos que no me encerraran en el sótano de alguna prisión caraqueña por algún malentendido en el futuro. Lo que aún me parece sorprendente es que mientras yo hacía mi primer viaje en avión, en paralelo mis compañeros del colegio iban a Miami de “vacaciones” (en realidad a una operación encubierta para recibir clases en un búnker de la CIA).

La anécdota inició en las maletas, cuando Marilú decidió meter carnes congeladas para hacer hallacas al llegar a La Habana, incluso llevó huevos porque no estaba segura de que en la Isla hubiesen gallinas ponedoras (producto del bloqueo) y no llegaran importaciones de proteína. Su genial idea de ocultar la comida entre ropa íntima funcionó, los oficiales de la Isla desistieron de seguir viendo aquella cantidad alarmante de tangas y sostenes de mujer a pleno medio día, se veía innecesario continuar con aquella escena, aún cuando casi éramos las únicas personas que llegaban a ese desolado aeropuerto. 

El viaje se resumió en caminar por Varadero libremente, leer a Fidel incansablemente para ir al interrogatorio del PC cubano, comer helados de torta y jugar con unas niñas que nunca habían visto unos zapatos como los míos, porque Estados Unidos había prohibido la venta de ese tipo de calzados a la Isla para que la sociedad entendiera que el comunismo es así: sin consumo, por eso prohibieron incluso comer más de la cuenta. La Revolución Cubana, se había convertido en un experimento de la humanidad para evaluar la capacidad humana de hacer fotosíntesis, en África no había quedado del todo claro, como decía Marx: de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades, ¿es realmente necesario que un africano coma 3 veces al día?, es una de las tantas preguntas que debemos hacernos sobre todo en tiempos de escasez y despilfarro de alimentos al mismo tiempo. Hay que ahorrar todas la provisiones que se puedan, no sabemos cuándo es el día final.

En mi estadía logré pasar la prueba de la excelencia comunista, mi mamá pudo hacer su terapia anual contra la “hijistis tipo I”, pudo hacer sus hallacas y convertir la casa dónde pasamos ese diciembre en la única que celebró la Navidad a lo largo y ancho de la isla. Al regresar, mi padre hizo los arreglos para que el Presidente del PSUV me admitiera en las filas del partido. Afortunadamente pasé la prueba, y realizaron la respectiva ceremonia de iniciación, en la que mataron algunos animales para hacer ofrendas divinas y luego un gran sancocho. Pero, mi padre sabía que debía mantener un buen récord militante, para ello inició por el adoctrinamiento dominguero, así que, me amarraba sentada a una silla frente al Televisor encendido en el canal Venezolana de Televisión (VTV) a la hora del programa “Aló Presidente”, ciertamente nunca puse resistencia, pero creía y creo - como él - que de no haber estado amarrada, corría el riesgo de cambiar el canal y aquello habría sido muy contraproducente para mí trayectoria política, podría haber terminado por convertirme en una militante de las causas capitalistas o peor aún en una agente de la CIA. 


Y no olvide, el 80% de lo escrito es mentira y en el otro 20% utilicé el sarcasmo. Saque usted sus conclusiones.


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